El Águila Perdicera, que habita en el Puig Campana y la Serra Cortina, cría en los peñascos escarpados y recónditos
El Águila Perdicera, que habita en el Puig Campana y la Serra Cortina, cría en los peñascos escarpados y recónditos
Águila Perdicera, Aquila Fasciata, Àguila Cuabarrada
En esta ocasión Manuel Mayor Rabasa, El Beato, diserta sobre el águila perdicera (Aquila Fasciata), un ave de gran belleza que habita en las montañas de Finestrat. En los peñascos escarpados e inaccesibles del Puig Campana y de la Sierra Cortina construye, en ocasiones, sus nidos. Como siempre, gracias a la generosidad del autor de este artículo, podemos saber más sobre la fauna y la flora de esta localidad de la Marina Baixa.
¿¿¿Sabías que...???
Soy un ave rapaz de tamaño mediano-grande, de unos 60 a 70 cm. de longitud y un peso de entre 1,600 Kg. y 2,500 Kg, con una envergadura con las alas abiertas que “asusta al más pintado”, 150-160 cm. en los machos, 165-180 cm en las hembras, medidas todas ellas aproximadas.
Mi espalda presenta una coloración pardo-oscura, con una mancha blanca en el centro. La garganta, el pecho y el vientre es blanco, salpicado de rayas verticales pardo-oscuras, que contrasta con las bandas longitudinales negras de las partes inferiores de las alas. Las alas son cortas, anchas, y redondeadas, y la cola es larga, pálida, con una ancha banda terminal oscura.
La cabeza es pequeña y el cuello largo. Los ojos, de gran tamaño, son de un amarillo intenso. El pico es gris, grande, curvado en el extremo, puntiagudo, y con una protuberancia (cera) amarilla, que me permite desgarrar y despellejar la carne con facilidad. Las patas, muy largas, son robustas, atléticas y están completamente cubiertas de plumas blancas. Los dedos son amarillos, muy grandes y fuertes, con unas uñas negras y afiladas, que facilitan el transporte de las presas.
Foto realizada a través de Inteligencia artificial
Cuando estamos en edad juvenil, el plumaje de la espalda es marrón claro y no tenemos mancha blanca en el centro. La garganta, el vientre y el pecho es rojizo-anaranjado o canela, las partes inferiores de las alas son de color claro y, el iris de los ojos, amarronado. Tardaremos 4 años en adquirir el plumaje de adulto.
Las hembras son más grandes y de plumaje más oscuro que los machos.
De apariencia fuerte, poderosa, y apuesta. Somos valientes, temerarias, guerreras, acróbatas en el vuelo, silenciosas, discretas y las más agiles entre las águilas.
Nos alimentamos de perdices, de ahí el origen de nuestro nombre “águila perdicera”, sin embargo, nuestras presas favoritas son el conejo y la paloma bravía. También cazamos gaviotas, cuervos, grajas, urracas, aves de pequeño tamaño, liebres, zorros, ratas, ardillas, ratones, comadrejas, etc. Si el “hambre aprieta” comemos reptiles y anfibios: lagartos, serpientes, sapos. Capturamos a nuestras víctimas de una forma ágil y certera. A veces son tan enormes como nosotras mismas: garzas y buitres. Somos capaces de divisarlas a una distancia de 500 metros de altura, ya que tenemos una gran agudeza visual; o las esperamos al acecho desde la copa de un árbol o de una roca. Las capturamos en el suelo por aplastamiento o las perseguimos hasta apresarlas. También las atrapamos a pleno vuelo. En numerosas ocasiones cazamos en pareja: una vuela a ras de tierra y la otra a media altura.
Nuestros enemigos principales son el Búho Real, cuando somos jovencitas, el Águila Real, con la que rivalizamos encarnizadamente, ya que compartimos los mismos gustos alimenticios y lugares de crianza, y la garduña, que se lleva los huevos del nido aprovechando nuestras ausencias.
Nuestros alojamientos preferidos son lugares secos o semiáridos. Preferimos un clima cálido, mediterráneo, con zonas montañosas, con presencia de monte bajo para poder divisar lo mejor posible a nuestras víctimas.
Somos monógamas, diurnas, fieles al lugar donde habitamos y longevas. Alcanzados los 30 años, nuestras garras se debilitan, el pico se curva en demasía, las alas envejecen y se vuelven pesadas. Tenemos dificultades para volar y cazar. Nuestro final se acerca.
En algunas ocasiones, las jóvenes, cuando alanzan la madurez, regresan a sus lugares de nacimiento para iniciar la crianza.
Nuestro vuelo es rápido, con descensos vertiginosos. Volamos solas o en pareja. Damos vueltas y más vueltas, sin necesidad de mover las alas. Describimos movimientos circulares porque encontramos corrientes de aire que nos permiten permanecer a la misma altura o, incluso, subir más alto sin necesidad de gastar energías. Cuando se avecina una tormenta, nos impulsamos hacia arriba aprovechado las corrientes, elevándonos por encima de las nubes, “Águila perdicera, en lo alto y certera”.
Nuestro canto es dulce, aflautado, si estamos de cortejo; estridente cuando peligran las crías, nos sentimos amenazados o si estamos en plena faena de apresamiento.
Durante los meses de octubre y noviembre estamos ocupados en la construcción de varios nidos que iremos utilizando sucesivamente a lo largo de los años. Nidificamos en zonas rocosas: salientes, grietas, paredones, repisas cubiertas para protegernos de las inclemencias meteorológicas, lugares, en definitiva, de muy difícil acceso, ya que parece que vayan a caer al abismo. Raramente anidamos en los árboles y, si lo hacemos, es en pinos piñoneros. Los nidos son de aspecto rudimentario, de medidas desproporcionadas, que alcanzan los dos metros de diámetro y un metro de altura, en relación con el tamaño que tenemos. Empleamos en su construcción ramas de encina y, sobre todo, de pino, ya que su fuerte olor resinoso mantiene alejados a los insectos, y los tapizamos con hojarasca.
En los meses de diciembre a enero iniciamos los “vuelos nupciales”, consistentes en caídas en picado, piruetas, giros, vuelos en paralelo entre ambos, bailes acrobáticos en el aire, etc.
En febrero se produce el apareamiento. A principios de marzo, la hembra pone de 1 a 3 huevos, normalmente 2, alguna vez sólo 1, y raramente 3. Los huevos son blancos y ligeramente manchados de lunares marrones. La incubación corre a cargo de la hembra, en rarísimas ocasiones la sustituye el macho. Solo abandonará la incubación en contadísimas ocasiones: para traer nuevas ramas con las que acomodar el nido, para alimentarse o estirar las alas, siempre por poco tiempo, puesto que podrían morir los embriones por enfriamiento. La incubación se prolongará durante 40 días. Los aguiluchos nacerán a mediados de abril, desvalidos, con plumón blanquecino. Desde ese momento, el macho participará más activamente en la crianza, con tareas de vigilancia del territorio, con el fin de evitar la presencia de intrusos, en la alimentación de las crías y la madre. La madre se encargará de despellejar la presa y suministrársela a las crías, así mismo, les proporcionará calor y protección durante esos primeros meses de vida para evitar que las inclemencias meteorológicas, como la lluvia y el viento, afecten a los polluelos, ya que es un periodo muy crítico para ellos.
Transcurridos 2 meses desde su nacimiento, los polluelos empiezan a estar creciditos necesitando comer varias presas diarias. La madre podrá alejarse con más frecuencia de ellas. Tras 70 días, su plumaje se ha desarrollado completamente, se pasan el día caminando por los roquedos e inician los primeros vuelos, abandonando el nido sin alejarse en demasía del, siempre bajo la atenta mirada de los padres. Permanecerán con nosotros unos tres meses más para que puedan ser adiestrados en la tarea de la caza y aprendan a remontar el vuelo, utilizando las corrientes de aire. Alcanzados los objetivos se emancipan y se dispersan a lugares lejanos de la zona de nacimiento, para no tener que competir con los congéneres en la búsqueda de presas con las que alimentarse, recorriendo 100 e incluso 1000 km. de distancia. Tras unos años errantes se instalarán en un lugar definitivamente para iniciar la crianza.
En la actualidad estamos en un grave retroceso poblacional como consecuencia de:
- La persecución directa que sufrimos a través de trampas, veneno y disparos de algunos desaprensivos cazadores.
- Ahogamiento en balsas de riego y antincendios.
- Falta de alimento: escasean los conejos por enfermedades que les azotan.
- Electrocución y colisión con tendidos eléctricos.
- Molestias durante la crianza por actividades recreativas: escalada, senderismo, etc.
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