El Finestrat agrícola resurge cada año con la recogida de las olivas
El Finestrat agrícola resurge cada año con la recogida de las olivas
Cuesta imaginar en este primer cuarto del siglo XXI al Finestrat agrícola que fue no hace tanto tiempo. El turismo y el comercio son la base económica de este municipio que ha crecido de forma exponencial en los últimos 50 años. Ya no queda rastro de esa economía de subsistencia que marcó la historia de esta pequeña localidad. Sin embargo, los vecinos siguen cuidando sus campos y disfrutando de los frutos que da la tierra. Así, cuando llega el frío y comienza la recogida de la oliva, vuelven a la memoria los recuerdos de cómo se llevaban las aceitunas hasta las almazaras, cómo se prensaban y almacenaban y, cómo este estimado líquido oleoso, era uno de los productos más apreciados en esa sociedad de carencias, que nada tiene que ver con la de hoy, en la que producir tu propio aceite es un lujo del que muy pocos pueden presumir.
Finestrat nunca ha sido productor de aceite. Antes y ahora su elaboración ha ido destinada al autoconsumo. La diferencia estriba en que hasta la década de los 70 del pasado siglo, el proceso de transformación se hacía en la almazara que había en Finestrat y, ahora, se realiza en la del municipio vecino de Relleu. En este largo tiempo mucho ha cambiado el proceso de producción. La primera almazara llega a la localidad de la mano de Vicente Climent Pallarés. Eran los años 40. Se podría decir que la extracción de aceite fue posible gracias a la tracción animal y humana. La aceituna se depositaba en unos apartados y la bestia movía la piedra de moler hasta que se prensaba bien el fruto, se convertía en una pasta y se extraía el líquido.
A principios de los años 60 había en Finestrat tres almazaras. Dos eran propiedad de la familia Climent Pallarés y la otra de la familia Ortuño. Fue en esta década cuando se compró una nueva, totalmente mecanizada, que hacía el trabajo de forma más sencilla. Se ubicó en la casa que aún se conserva en el parque de la Font de Carré, hoy denominado Parc Alcalde Miguel Llorca. Hasta allí llegaban los agricultores con sus olivas, que las depositaban en una tolba. En esta almazara, la pasta caía en una especie de bañera metálica, que estaba herméticamente cerrada, y se batía con unas grandes cuchillas, extremadamente afiladas, hasta que salía el aceite.
En estos años era cotidiano escuchar en las conversaciones de los vecinos de Finestrat palabras como basseta (balsita), safa (receptáculo donde se pisa la aceituna) o peu (unidad con la que se medían las aceitunas: 100 kilos). También era habitual la escasez de alimentos, de ahí que hubiera prácticas que hoy serían consideradas una herejía. El hambre apretaba y había que echar agua caliente a la pasta para que saliera más aceite. Éste se transportaba en burros, en cántaros de barro cocido. También lo llevaban las mujeres encima de la cabeza. Los grandes propietarios lo trasladaban en odres, que estaba hecho con la piel del cuerpo de cabra, previamente vaciado, secado y cosido. Ya en casa, se guardaba en tinajas de barro vidriado.
Cuando en el mes de enero cambiaba la luna, el aceite se pasaba a una tinaja nueva. No se vertía, se echaba con un cazo para que las impurezas quedaran abajo. Así aparecía un nuevo aceite, llamado lampante, que se utilizaba para encender las lámparas y para elaborar jabón, al mezclarse con sosa cáustica, que llegó a Finestrat a finales del siglo XIX.
La llegada del turismo a la provincia de Alicante supuso el fin a la producción de aceite en Finestrat. La almazara cerró su actividad en los años 70, en parte porque ya no se podían tirar los residuos al alcantarillado y, en parte, porque se estaba produciendo una gran transformación económica y social que llevó a abandonar la agricultura. Los jóvenes se fueron a la construcción, fundamentalmente a Benidorm, y se abre en la zona de La Tapià el mítico “Barbacoa”, que era un asador de pollos y costillas, capaz de servir a más de 1000 personas, y que permitía tener un trabajo extra los fines de semana, que era cuando los turistas llegaban en autobuses desde la localidad vecina. La existencia de los finestratenses cambió de forma radical. El nivel de vida aumentó de manera considerable y se abandonó definitivamente aquella vida precaria para poner las bases del Finestrat turístico y comercial que es hoy este municipio de la Costa Blanca.
Aún no hay comentarios